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Cuando hablamos sobre emociones problemáticas en nuestra vida como la ira, la mentira, la ansiedad y muchas más; es normal que pensemos en tips, pasos o comportamientos específicos que debemos hacer para sentirnos mejor.
De hecho, es muy común escuchar conferencias de autoayuda, o personas que dicen saber cómo lograremos cambiar siguiendo una especie de receta; pero la verdad es que Dios enseña que eso no es lo que produce el cambio en nuestra vida, porque lo que define cómo nos comportamos no es lo externo, sino lo interno.
Por ejemplo, cuando queremos bajar de peso y hacemos una dieta, es muy probable que nos hallemos desmotivados, frustrados y decepcionados por nuestra falta de voluntad; porque el cambio en nuestra vida solo se consolidará sí primero modificamos las creencias, afectos y compromisos que tenemos. Así, el Apóstol Pablo en Romanos 12.1-2 nos llama a transformar nuestro entendimiento para cambiar aquellos hábitos, actitudes y pensamientos pecaminosos que tenemos:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” (Ro. 12:1-2)
El entendimiento al que se refiere Pablo tiene que ver con las facultades que Dios nos dio para razonar, sentir y tomar decisiones; que se conjugan con otro elemento fundamental que es nuestra capacidad de responder intuitivamente a las situaciones cotidianas de la vida (Pierre, 2019).
Esa intuición es la expresión libre de nuestras acciones y decisiones frente a situaciones espontáneas que nos ocurren diariamente. Por ejemplo, esta mañana después de levantarme decidí cocinar unos huevos al desayuno, ¿por qué lo hice? – ¡Porque sí!, porque mi respuesta intuitiva frente a la pregunta ¿qué voy a desayunar? fue: huevos.
Y gracias a Dios tenemos esa capacidad de responder intuitivamente, porque si no fuera así, todo el tiempo estaríamos librando una batalla en nuestro interior para encontrar la mejor forma de actuar ante las demandas y situaciones cotidianas que experimentamos.
Por eso, sí no tuviéramos esa intuición, cada mañana tendríamos que dedicar horas a pensar qué hacer de desayuno, considerando todas las opciones hasta llegar a la que nos parezca mejor.
El tema es que esas respuestas intuitivas expresan claramente nuestras creencias, afectos y compromisos, y aunque tendemos a no percibirlos, allí están dándole sentido a lo que hacemos.
Entonces, sí queremos ver cambios significativos en nuestra vida, debemos empezar por cambiar lo que creemos, lo que deseamos y con lo que estamos comprometidos.
¿Con qué debemos cambiarlo? ¡Con la Palabra de Dios!
Sin embargo, antes de eso debemos pedirle a Dios que nos ayude a percibir aquello que ya está implantado en nosotros para definir sí eso es coherente con las Escrituras o no.
En caso de que no lo sea debemos remplazarlo con la Palabra de Dios urgentemente, para que luego de un tiempo, Ella se haya interiorizado tanto en nosotros que cuando respondamos espontáneamente a las situaciones cotidianas de la vida, lo hagamos como a Dios le agrada.
