Mira el video de esta lección
De 1 a 10 ¿qué tan irascibles nos consideramos? Siendo 10 muy irascibles. Todos luchamos con la ira y la justificamos de muchas formas, es más, parece estar de moda sentirse airado o enojado con los gobiernos, la iglesia y el que piensa diferente a nosotros, pero, la Palabra de Dios nos dice con claridad lo que debemos hacer en cuanto a la ira.
Efesios 4.31-32 dice:
“Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia, y toda malicia. Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.”
Cuando el Apóstol Pablo nos dice “quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira y gritería” nos está comunicando dos verdades: la primera es que como cristianos somos exhortados a vivir de esta forma para agradar a Dios, y la segunda es que el hecho de “quitarnos” no implica un comportamiento específico que debamos hacer, sino que tiene que ver más con una realidad que ya sucedió en nosotros.
Esta realidad a la que me refiero es que fuimos identificados con la muerte de Cristo el día que creímos en Él como nuestro Salvador y Señor, por lo que, con su muerte, nosotros también morimos, no en la carne, sino al pecado (Ro. 6.11).
Desde ese momento el Espíritu de Dios entró a morar en nosotros y pudimos empezar a vivir como a Él le agrada, gracias a que fuimos librados de la esclavitud del pecado. Por eso cuando pecamos, no es porque el pecado tenga dominio total de nosotros, sino porque decidimos rendirle el control de nuestro cuerpo.
Entonces, cuando se nos dice “quítense”, ello significa que ya fuimos librados de la amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia; y que debemos vivir conforme a esa realidad.
La manera como tengo para ilustrar esta verdad es a través de un consejo que nos dio nuestro pastor, cuando mi esposa y yo estábamos haciendo la consejería prematrimonial. Él nos dijo que la palabra “separación” debía borrarse de nuestra mente para que pudiéramos cumplir la voluntad de Dios de estar juntos por el resto de nuestras vidas.
¿Eso significaba que la tentación a separarnos iba a desaparecer apenas nos casáramos? ¡No! Lo que significaba era que debíamos vivir, creyendo que la separación no era una posibilidad para nosotros.
A eso se refiere “quítense”, a que existen momentos que nos pueden causar amargura, enojo, ira y lo demás… pero, debemos vivir entendiendo que tenemos el poder para no dejarnos llevar por esas emociones, porque perdieron su poder el día que Cristo murió y el día que lo aceptamos como nuestro salvador.
¿Qué hacemos con esta verdad? Debemos guardarla en nuestro corazón y remplazar con ella los pensamientos que normalmente tenemos cuando estamos sintiéndonos amargados, enojados o airados.
Además de esto, debemos aceptar el llamado que tenemos a ser buenos y misericordiosos, porque como tenemos de Su Espíritu, gozamos de su bondad y amor.
¿Cómo podemos expresar esto? Perdonándonos unos a otros.
Hablando de perdón, me gusta que este verbo se nos presenta en plural, porque, así como somos víctimas también podemos ser los verdugos que causen daño a otros, así, necesitamos ser perdonados y perdonar, haciéndolo como Dios lo hizo en nosotros por medio de Cristo, asumiendo el costo que eso implique, sacrificándonos y ofreciendo lo necesario para estar bien con el prójimo.
Para ello, debemos remplazar ese compromiso pecaminoso de defendernos a nosotros mismos, por el compromiso que Dios nos plantea acá, de perdonar como Él lo hizo.
