¡Cuidado soberbio, viene tu caída!

Cuidémonos de la soberbia, reconozcamos cada día que realmente somos personas imperfectas y limitadas, que no debemos dejarnos seducir ni atrapar por la vanidad, porque entonces nuestro corazón comenzará a apartarse de Dios, y pidamos al Señor que nos guarde de ese pecado.

El peligro de los falsos ministros

Debemos velar celosamente porque la verdad de Dios se mantenga siempre presente en nuestras iglesias. Debemos además pedir a Dios discernimiento para poder reconocer las falsas enseñanzas y rechazarlas inmediatamente de nuestras vidas e iglesias. Pidamos a Dios para que nos ayude a mantener un fervor reverente por el conocimiento puro de la verdad expresadas solamente en Su Palabra. Y oremos incansablemente para que nuestras iglesias estén siempre llenas de las verdades bíblicas predicadas desde nuestros púlpitos.

¿Ante quién y/o por qué me alabo?

Lo único por lo que podríamos gloriarnos o alardear es por el hecho de ser salvos y de ser usados por Él, y eso, no porque lo hemos logrado, sino porque en Su misericordia y gracia, Él obra en todo en nuestro favor. A Él la gloria, y gloria a Dios por que en Su amor nos permite estar “en el Señor”.

¿Estamos realmente firmes?

Como creyentes, debemos ser prudentes y humildes. La prudencia nos ayudará a actuar apropiadamente, mientras que la humildad no recordará de que todos podemos caer. En cambio, la necedad nos hará actuar sin cordura, y el orgullo nos cegará haciéndonos creer que somos invencibles ante las tentaciones.

¡Cuidado con el orgullo!

Hoy en día, algunos hermanos de algunas iglesias podrían menospreciar a los otros creyentes por tener ciertas características que otros no tienen: Tamaño de congregación, ciertos ministerios u posibilidades de recursos, algunos maestros y predicadores, etc. La vanidad dentro de los creyentes aún se puede ver en nuestros días, y entre mayores esas diferencias, mayores las posibilidades de envanecerse.