¿Somos usted y yo entes promotores de la armonía en la iglesia, o somos parte de aquellos que solo provocan división, rencor y odio? ¿Qué podríamos hacer para generar o brindar gozo, perfección, consuelo, armonía y paz en nuestra iglesia?
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Analizando mi salvación y viviendo acorde
La persona salva puede sinceramente ver evidencias de su salvación cuando en un auto examen apropiado, y con la ayuda del Señor, mirar si ha habido cambios desde el día que recibió a Cristo. Entre esos efectos están la diferenciación de los pecados, el sentimiento de culpa cuando peca, el deseo de leer mas de la Biblia, el deseo de agradarle a él, entre muchas. No son pruebas irrefutables, pero si buenas evidencias de ese cambio.
Hasta nuestro entendimiento cambió
El día de la salvación el cambio radical que se da en el creyente cambia por completo todo lo que el hombre era. Es perdonado, es hecho hijo de Dios, es salvado de la condenación, recibe capacidad espiritual para relacionarse con Dios, tiene herencia celestial, recibe dones espirituales, el Espíritu Santo entra a morar en él, etc. Todo esto es lo que la “nueva creación” trae a la persona. Entre todos esos beneficios se encuentra el entendimiento espiritual de Dios y de la vida.
Paternidad espiritual
Cada persona que recibe a Cristo como su Salvador llega a nacer en una vida espiritual, y así como el padre físico que ve a su hijo nacer, el creyente que evangeliza a otra persona se convierte en padre espiritual del nuevo creyente, y esta responsabilidad es un privilegio que no debe ser tomada a la ligera.
La infructuosa religiosidad
Los muchos ritos religiosos no van a cambiar espiritualmente a una persona hasta que esa persona no cambie su “relación” con el verdadero Dios. La Biblia nos dice que todo hombre nace espiritualmente muerto y sin relación personal con Dios (Ef. 2:1-3). La necesidad de un nacimiento espiritual no se obtiene bajo las condiciones de una religiosidad, solamente bajo el cambio a una relación con Dios por medio de la fe en Jesús.
La hermosura de la “locura”
La familia de Jesús, y los escribas que vinieron a ver a Jesucristo no llegaban a ver la manifestación poderosa de Dios en el ministerio del Señor porque estaban muertos espiritualmente, y, por tanto, ciegos a la realidad del Verbo de Dios.