Sobre todo, los pastores, pero también cada uno de los creyentes, debemos realizarnos una sincera evaluación de nuestro amor y preocupación por la iglesia en donde nos encontramos. No por la parte física de ella, sino por el cuerpo de hermanos creyentes que, al ser un solo cuerpo, nos deberíamos doler cuando algo pasa entre nosotros (1 Co. 12:20-27). Un corazón sincero manifestará su real amor cuando éste realmente sufre en medio de dificultades en la congregación.