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Josué 6:16-17, 20-25
“Y cuando los sacerdotes tocaron las bocinas la séptima vez, Josué dijo al pueblo: Gritad, porque Jehová os ha entregado la ciudad. Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que enviamos. […] Entonces el pueblo gritó, y los sacerdotes tocaron las bocinas; y aconteció que cuando el pueblo hubo oído el sonido de la bocina, gritó con gran vocerío, y el muro se derrumbó. El pueblo subió luego a la ciudad, cada uno derecho hacia adelante, y la tomaron. Y destruyeron a filo de espada todo lo que en la ciudad había; hombres y mujeres, jóvenes y viejos, hasta los bueyes, las ovejas, y los asnos. Mas Josué dijo a los dos hombres que habían reconocido la tierra: Entrad en casa de la mujer ramera, y haced salir de allí a la mujer y a todo lo que fuere suyo, como lo jurasteis. Y los espías entraron y sacaron a Rahab, a su padre, a su madre, a sus hermanos y todo lo que era suyo; y también sacaron a toda su parentela, y los pusieron fuera del campamento de Israel. Y consumieron con fuego la ciudad, y todo lo que en ella había; solamente pusieron en el tesoro de la casa de Jehová la plata y el oro, y los utensilios de bronce y de hierro. Mas Josué salvó la vida a Rahab la ramera, y a la casa de su padre, y a todo lo que ella tenía; y habitó ella entre los israelitas hasta hoy, por cuanto escondió a los mensajeros que Josué había enviado a reconocer a Jericó.”
No hay pecado que no pueda ser perdonado ni pecador que no pueda ser salvo, eso es lo que nos enseña la Biblia. Desde el momento que el pecado entró en el hombre, allá en Edén, todos hemos caído a una posición de pecado y separados de Dios (Ro. 3:23).
La diferencia no está en quién es más pecador, pues todos somos considerados pecadores en el mismo grado de culpabilidad ante el Juez Supremo, lo único que nos diferencia es que unos hemos cometidos ciertos pecados, y otros diferentes pecados a los nuestros, o algunos han pecado más o menos que nosotros en alguna área, pero ante Dios, todos somos dignos de la muerte eterna por nuestra maldad (Ro. 6:23a).
Lo único que nos pueda otorgar perdón es la gracia y la misericordia de Dios por medio de la fe. La fe nos justifica (Ro. 5:1), nos otorga el perdón (Hch. 26:18), nos da vida eterna librándonos de la condenación (Jn. 3:16-18, 36), y nos permite entrar en la familia de Dios (Jn. 1:12).
Rahab era una mujer pecadora, según nos dice la Biblia, ella había sido una mujer ramera y había mentido a los enviados del rey de Jericó (Jos. 2:1-7), pero fue su fe en Dios lo que le dio la valentía de actuar en favor de los espías. Ella sabía que no había esperanza para nadie que habitaba dentro de Jericó, pero confiando en la misericordia de Dios, y esperando que por gracia la salven, decide tomar la oportunidad de refugiarse ante el poder del Dios de Israel, y con ello, salvarse ella y su familia (Jos. 2:8-16).
Josué sabía lo que Rahab había hecho por fe en Dios, y por ello le otorga la petición de no ser condenada a morir a espada junto con los demás. Cuando Josué da la orden de gritar y atacar, les recuerda al ejército a que no le hagan daño a nadie de su casa, sino antes, que la rescaten pronto y le den la oportunidad de vivir entre el pueblo de Israel (v. 17, 22-23, 25).
Como aprendimos en una lección anterior, Rahab se caracterizó por una fe intrépida, fe que le otorgó el valor para actuar, pero también le concedió la salvación de su vida, y por lo tanto le introdujo en la familia de Abraham por fe (Gá. 3:6-11). Siendo pecadora, su fe la salvó de la muerte en Jericó y de la condenación eterna.
Para que una persona pueda ser salva de la condenación y pueda ser perdonada de sus pecados lo único que le puede ayudar es confiar en la misericordia y la gracia de Dios. Dios el Padre envió a Su Hijo para que nosotros podamos tener perdón y salvación. En Cristo se pagó nuestra deuda, pero esa transacción judicial de culpa y perdón solo se hace efectiva cuando ponemos nuestra fe en Jesús como nuestro Salvador (Ro. 3:24-26). ¿Usted ya se refugió en la misericordia y la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo?
