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¿Has tenido alguna persona que ha servido de modelo de vida para ti? O ¿te has sentido inspirado por alguien que ha hecho cosas importantes? ¿Te has preguntado cuanto de lo que haces es producto de lo que has visto o escuchado de otras personas? Pues hay una realidad, y es que todos somos influenciados por personas y circunstancias, por eso terminamos pareciéndonos a lo que admiramos.
Pero hubo un hombre que fue influenciado poderosamente por la voluntad de Dios y gracias a su Espíritu pudo cumplir el propósito para el cual Dios lo había llamado, aunque eso le significó vivir de una manera muy especial, ese hombre es Juan el Bautista y encontramos de él en Marcos 1.6-7, que dice:
“Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y comía langostas y miel silvestre. Y predicaba, diciendo: Viene tras mí el que es más poderoso que yo, a quien no soy digno de desatar encorvado la correa de su calzado.”
Sin duda Juan el Bautista era un hombre muy particular, por ejemplo, su vestuario y dieta nos hablan de su carácter, de su estilo de vida, y nos dejan ver que era un hombre comprometido con la causa de Dios y que su fe estaba profundamente arraigada. Él optó por una vida sencilla, disciplinada y apartada de los lujos.
Su vida era muy llamativa para esa época y seguramente eso motivó a muchos a escucharle, porque hallaban coherencia entre su enseñanza y lo que hacía.
Con esto no quiero decir que debemos vestirnos con piel de camello, comer langostas y miel silvestre para impactar el mundo; pero si necesitamos seguir su ejemplo, haciendo que nuestra vida resalte por ser diferente, porque vivir queriendo agradar a Dios antes que al mundo, según el Apóstol Juan, es una evidencia de que somos hijos suyos.
Pero no solo el estilo de vida de Juan era particular, sino que también su predicación lo era, porque se enfocaba en Jesús, entendiendo que Él es el único poderoso y digno de adorar. Por eso ilustró su sentimiento en cuanto a Él, diciendo que no era digno de desatar su calzado (una labor tan humilde que era un esclavo quien lo hacía), contrastando su debilidad y bajeza con la honra y grandeza de Cristo.
Esa grandeza es la que nos debe motivar a conocer de Jesús, escuchar lo que hizo, someternos a su enseñanza y creer en su evangelio, en sus buenas noticias. Evangelio que valoramos, pero del que nos apartamos porque nos dejamos llevar por las urgencias del momento, por esa búsqueda de palabras que nos “ayuden” a salir de nuestros problemas sin contemplar lo profundo de nuestro corazón.
Muchos buscaron a Jesús con esa actitud interesada y temporal, motivados por una enfermedad, un demonio o por algo que comer; pero, terminaron condenados eternamente porque no creyeron en Él con sinceridad.
La venida de Cristo y la predicación de Juan nos enseñan que la voluntad de Dios es que lo conozcamos a través de su Hijo. Que emprendamos un camino hacia su conocimiento y veamos que en su persona confluyen majestuosamente la paz, el amor, la nobleza y la humildad, así como su justicia, santidad y poder.
Dispongámonos con decisión a conocerlo y estemos dispuestos a ser transformados por la persona de Jesús, quien es el centro de toda la historia del universo y en quien descansa el mundo.
Pidámosle a Dios que nos deje ver y entender quién es Él y quienes somos nosotros, para que, como Juan, vivamos con la trascendencia que Cristo modeló.
