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He escuchado de varias parejas que no se van a dormir sí antes no han solucionado sus peleas, descubriendo que el sueño y cansancio son buenos aliados para buscar la paz familiar, porque para descansar con la conciencia tranquila alguno de los dos, generalmente el más cansado, toma la iniciativa para perdonar o pedir perdón.
Sin embargo, en otros como yo, el orgullo es más poderoso que el cansancio, por eso el Apóstol Pablo nos enseña en Efesios 4.26:
“Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo”
Suena raro considerar la ira como pecado en estos tiempos, donde parece normal que el ser humano viva en conflicto ¿verdad?, pero, como hijos de Dios somos llamados a vivir en paz con los demás gracias a que estamos en paz con Dios.
Buscando esa paz, la primera parte de este pasaje nos enseña dos cosas importantes: la primera es que la ira o el enojo son una reacción normal frente a las injusticias que percibimos y ante lo que las personas hacen contra nosotros. Lo segundo es que: aunque no podemos controlar lo que otros hacen, si podemos considerar la forma como respondemos, en ese sentido pecar por nuestra ira es una decisión personal que podemos evitar.
Para ello necesitamos controlar nuestros pensamientos y actos, porque cuando no lo hacemos es muy probable que nos hallemos en situaciones más complejas, que nos hagan pecar contra Dios.
Una de las formas en las que pecamos al airarnos, es cuando dejamos que se ponga el sol sobre nuestro enojo y lo dejamos sin resolver, produciendo amargura y rencor en nuestro corazón; por eso necesitamos tomar seriamente esta exhortación, y no permitir que los días, semanas y meses pasen sin resolverlo.
¿Cómo podemos resolver nuestro enojo rápidamente?
Considerando estas 5 cosas…
- Reconocer la sabiduría de Dios en todo lo que nos sucede.
Para esto pensemos en lo que nos enseñó Jesús: que “nuestros cabellos están todos contados por Dios”, así las ofensas que nos hacen también están bajo su control. La historia de persecución de Saúl contra David es un buen ejemplo de que a veces las ofensas son permitidas por Dios para probar nuestro carácter, así como para que expresemos un amor abnegado como el suyo.
Para reconocer la sabiduría de Dios necesitamos entendimiento en medio de los conflictos, y para ello debemos orar pidiendo dirección y una perspectiva clara de lo que está pasando.
- Pasar por alto las ofensas menores.
Siguiendo el ejemplo de Dios que no nos paga conforme a todas nuestras maldades (Sal. 103.10), así, nosotros tampoco debemos enfocarnos tanto en las ofensas que nos hacen, por el contrario, debemos entender que vivimos en un mundo caído, pecador, donde las ofensas son la norma. Asombrémonos el día que eso no suceda porque entonces nos hallaremos en el cielo.
También Salomón dijo que es de prudentes pasar por alto las ofensas (Pr. 12.16, 19.11).
- Orar para dialogar.
Como nos lo dijo Jesús, debemos resolver el conflicto mediante el diálogo siguiendo las instrucciones que recibimos en Mateo 18. Pero antes de ello necesitamos pedir que Dios disponga nuestro corazón y el de la otra persona para que ese encuentro sea de bendición y no cause más peleas.
- En cuanto dependa de nosotros estar en paz con las otras personas (Ro. 12.18).
Esto no significa que por mantener la paz y evitar el conflicto, debemos quedarnos callados y contener nuestras emociones, ¡No! Porque cuando proyectamos el enojo hacia nosotros, también pecamos y somos los primeros en ser afectados (He. 12.15).
Lo que significa es que debemos resolver los conflictos, perdonando y comprometiéndonos a no recordar lo sucedido y a no usarlo en contra de la otra persona.
- Aceptar la realidad de las palabras hirientes.
Esta seguramente es la principal razón de nuestra ira, porque normalmente ofendemos con lo que decimos muchas veces (Stg. 3.2), por eso debemos seguir el ejemplo de Cristo: “Quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente” (1 P. 2.23).
Todas las ofensas que decimos tendrán su justo castigo cuando demos cuenta por nuestros actos en el día del juicio (Mt. 12.36).
Además de todo esto, lo principal es que estemos comprometidos con agradar a Dios, que consideremos seriamente su palabra y hagamos lo necesario para obedecerla. Si esa es nuestra actitud, seguramente nos resultará fácil no pecar con nuestra ira.
