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Es muy probable que en algún momento de nuestra vida hayamos perdido el control y causado daño a seres queridos, por no controlar la ira y haberla expresado de forma pecaminosa, por eso, debemos entender que la ira es un problema universal y que todos estamos llamados a manejarla (Muñoz, 2020).
Pero, el mayor riesgo que la ira representa es que nos desvía del propósito de darle la gloria a Dios y hace que otros pierdan su deseo de seguir a Cristo porque nos ven igual o peor de enfadados que aquellos que no son creyentes; afecta nuestra relación con Dios y limita la obra del Espíritu Santo en nosotros.
Por eso Santiago 1.19-20 dice:
“Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.”
¿Qué es la ira?
Según David Powlison (autor de grandes libros sobre consejería bíblica) la ira es: la capacidad dada por Dios para responder ante un mal que nos parece importante. (Muñoz, 2020)
Así, la ira es una respuesta ante el error, es una emoción que surge en nuestro corazón cuando percibimos algún suceso que interpretamos como injusto o equivocado. Esa interpretación se basa en un estándar personal con el que definimos lo bueno, lo malo y lo injusto.
La ira además es una emoción muy fuerte que tiene la capacidad de llevarnos a la acción, de hacer que respondamos activa y apasionadamente frente a la injusticia.
Ella en sí misma no es pecaminosa, porque Dios nos la dio para que tuviéramos la capacidad de responder negativamente al pecado, tal como Él lo hace; pero, por nuestra naturaleza es muy común que la expresemos de forma pecaminosa.
Estas son tres razones por las cuales nuestra ira es pecaminosa y en ella no opera la justicia de Dios:
- Tenemos problema para interpretar la realidad.
Lo que pensamos de una situación es producto de nuestra interpretación sobre ella, y la base de este proceso se halla en nuestras creencias, experiencias, afectos y compromisos; de ahí que frente al mismo suceso existen tantos puntos de vista diferentes y desacuerdos, porque nuestra historia influye en la forma en la que comprendemos lo que nos pasa.
- Nuestro bienestar es el estándar con el que juzgamos.
Tenemos un parámetro egoísta para definir aquello que es susceptible de nuestra ira, creemos que todo lo que nos amenace, o ponga en peligro nuestro bienestar, comodidad, seguridad y placer debe ser castigado y tratado con dureza.
- Luchamos con la idolatría.
Porque aquello que defendemos cuando respondemos airadamente, manifiesta lo que es importante para nosotros, lo que gobierna nuestro corazón y el “dios” que adoramos; con nuestra defensa lo que demostramos es el valor que aquello tiene para nosotros, como para que estemos dispuestos a pelear con tal de obtenerlo.
¿Cómo debería ser nuestra ira?
Primero, debería ser por la única razón correcta: la gloria de Dios; y debiera ser expresada con mansedumbre, es decir, con autoridad, pero al mismo tiempo bajo control, siguiendo la dirección que nuestro Señor dio para hacerlo, y es mostrándole a la persona por medio de las Escrituras su error, llamándole al arrepentimiento de su pecado, y sí luego de un tiempo ella no se arrepiente, apartándonos de ella (Mt. 18.15-17).
Con base en esto, la ira y todo pecado representa un obstáculo para que vivamos una vida con propósito, con significado, con peso para la eternidad, y nos distrae del objetivo para el que fuimos creados: dar la gloria a Dios en todo lo que hacemos.
Por eso quiero animarte a considerar tu vida como útil para algo más grande que para lo que crees que vives. Ello es que otros conozcan de Jesús, vivan con gozo y no se encuentren con la condenación eterna cuando mueran, debido a que no escucharon de Cristo o porque nuestras vidas no fueron lo suficientemente atractivas para que reconocieran el enorme valor de vivir para Él.
