Mire el video de la lección
2 Corintios 7:9-12
“Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino porque fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte. Porque he aquí, esto mismo de que hayáis sido contristados según Dios, ¡qué solicitud produjo en vosotros, qué defensa, qué indignación, qué temor, qué ardiente afecto, qué celo, y qué vindicación! En todo os habéis mostrado limpios en el asunto. Así que, aunque os escribí, no fue por causa del que cometió el agravio, ni por causa del que lo padeció, sino para que se os hiciese manifiesta nuestra solicitud que tenemos por vosotros delante de Dios.”
- Pablo había estado muy feliz al ver como su primera carta había producido el efecto deseado de un cambio sincero en los hermanos (2 Co. 7:3-8). Ese cambio se había dado como resultado del un convencimiento por parte de Dios, Quien había obrado para que ellos cambien de dirección en sus vidas, o sea, se arrepientan genuinamente (v. 9).
- El verdadero arrepentimiento está ejemplarizado en el día de la salvación, cuando una persona por obra del Espíritu Santo se siente plenamente arrepentido y pide perdón y salvación a Dios por medio de su fe en Jesús. Ese mismo efecto de sentimiento sincero de pesar por un pecado y el cambio de comportamiento se da cuando el creyente reconoce su mal y trata de enmendar su vida para agradar al Señor y a los demás. De este arrepentimiento nos dice Pablo que “no hay que arrepentirse”, que es bueno y no debe uno avergonzarse (v. 10a).
- La “tristeza del mundo”, o conocida como remordimiento, solo produce vergüenza, tristeza, y hasta depresión, reconociendo el mal, pero no el anhelo de volver a pecar. Cuando la persona es encontrada en el acto, o el mismo se da cuenta de lo malo, tiene pena de vergüenza por se hallado falto, y su orgullo se ve afectado, pero no hay un deseo de cambio, ni menos de restitución.
- La manifestación del arrepentimiento se evidenció en la manera como manejaron los hermanos en Corinto el hecho. Una traducción lo dice así: “¡Vaya cambio que tuvieron! Así pudieron darse cuenta de que soy inocente, y hasta me defendieron. También se enojaron y tuvieron miedo de lo que podría suceder. Sintieron deseos de verme, y castigaron al culpable. Con todo esto, ustedes demostraron que no tenían nada que ver en el asunto” (v. 11 TLA). Los hermanos habían corregido el mal y habían restaurado el nombre de Pablo.
- Pablo había escrito la carta por la preocupación a causa de los problemas que se estaban presentando en la iglesia, y el deseo a que todos tomen acciones apropiadas para traer santidad y paz dentro de la congregación (v. 12).
La Palabra de Dios nos enseña que el cambio genuino en una persona solamente puede darse cuando Dios inicia el cambio por medio del convencimiento del pecado. Usando Su Palabra y por obra del Espíritu Santo, el Señor hace que el pecador reconozca su pecado y en busca de restablecer lo causado, decide cambiar y no volver a caer en ese mal. Toma una actitud repulsiva o negativa en contra del pecado que ha cometido y busca alejarse de él porque entiende todo el perjuicio que genera. Ese es un arrepentimiento sincero o genuino, “según Dios”.
Juan el Bautista, cuando enfrentó a sus enemigos, les exhortaba a que hagan “frutos dignos de arrepentimiento”, es decir, demandaba de los fariseos y saduceos a que, si realmente eran religiosos, lo manifiesten con actos sinceros de cambio, no con oraciones largas y charlatanerías de santidad que no mostraban realmente un deseo de agradar debidamente a Dios (Mt. 3:7-9).
El cambio que genera Dios siempre es genuino y no solo lleva a la persona a buscar la santidad, haciendo que aborrezca al pecado que comente, sino que busca a toda costa restablecer el daño causado a los demás también. La restitución debe ser completa para evidenciarse ese arrepentimiento.
Cuando una persona se siente mal por lo que hizo, pero no cambia su comportamiento en contra del pecado ni busca restablecer lo afectado, entonces está con remordimiento, pero no arrepentimiento.
