Isaías 6:1-7
“En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado.”
¿Qué es lo que nos impide relacionarnos con Dios?: Nuestra pecaminosidad.
La historia de Isaías lo ilustra perfectamente y nos deja ver la santidad de Dios, el hecho de que Él es “otro”, diferente de todos nosotros en un sentido moral y en su naturaleza, que es perfecto, puro y por eso está obligado a rechazar el pecado y la imperfección, lo cual es la razón por la que hay un “abismo espiritual” entre Él y nosotros.
Ese “abismo” fue evidente en la visión de Isaías cuando su pecado fue puesto en la mira gracias a la santidad de Dios; y aunque a Isaías se le concedió verlo, él no pudo escucharlo hasta el momento en el que fue limpio de su pecado, porque Dios no le concede al pecador el derecho de relacionarse con Él a menos que se satisfaga previamente su condición de justicia por la maldad.
Por eso…
Dios tuvo que proveer para la purificación de Isaías.
Cuando Dios envió a uno de sus serafines para que volara hacia él reveló su interés por proveer los medios para que fueran reconciliados; y así ha sido siempre, porque al no haber ningún hombre que busque a Dios (Sal. 14), es Él quien activamente está llamándonos para ofrecernos gratuitamente su justicia por medio de la muerte de Jesucristo.
Dios no ignoró el pecado de Isaías. Dios no dijo: “está bien Isaías, no hay problema, mira, tengo este mensaje que debes llevar urgente al pueblo y lo de tu pecado no importa por ahora, después vemos que hacemos con él”.
No, el pecado de Isaías debió ser resuelto con urgencia y bajo los términos de Dios.
¡No nos engañemos!, en nosotros no hay algo que logre satisfacer la demanda perfecta de justicia que Dios nos exige por el pecado.
Ese cuento de que siendo buenos, haciendo obras de caridad, dedicándonos a la filantropía como lo hacen Bill Gates o Jeff Bezos dos de los hombres más ricos del mundo, nos hará ganar un derecho eterno es falso, la justicia de Dios se recibe por fe y para fe (Ro. 1:17), y es un regalo para que nadie pueda gloriarse (Ef. 2:9).
Por eso es que…
Dios es el único que quita nuestra maldad y perdona nuestro pecado.
Cuando ese carbón encendido tocó la boca de Isaías, la Biblia nos dice que su estado de culpabilidad fue quitado y fue perdonado por Dios.
Todos somos culpables ante Dios por nuestro pecado y debemos pagarle por infringir su ley, y ese pago debe ser la muerte (Ro. 6:23).
¿Qué pasó luego de que Isaías fue liberado de la culpa de su pecado y perdonado por Dios?, que pudo escuchar al Señor.
¿En qué nos afecta la justicia de Dios? En que ella establece nuestra posibilidad de relacionarnos con Él.
Un hombre que ha sido apresado no puede ser libre a menos que haya pagado completamente su pena; de la misma forma, nosotros no podemos ser libres para relacionarnos con el Dios justo, sí no ha sido satisfecha su demanda de justicia.
La buena noticia es que Cristo es Aquel que tomó nuestro lugar en la cruz, muriendo por nuestros pecados y pagando la pena que Dios nos exige, la pregunta es: ¿Estamos dispuestos a creer esto, porque la Biblia dice que todo aquel que cree esto no se perderá, sino que tendrá vida eterna y será llamado hijo de Dios?
