La motivación es el amor

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Juan 3:16-21

Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios.”

Las motivaciones son las que determinan las acciones, y si nuestra motivación es buena, nuestra acción será buena; pero también, si nuestra motivación es profunda, nuestra acción será muy grande, esta es una norma general.

Cuando miramos hacia el sacrificio de la cruz, podemos encontrarnos con esta misma premisa. Dios, en su inmenso amor con que nos amaba, motivado por Su profundo deseo de rescatarnos, tuvo que realizar un acto que demandaba una acción incomparablemente grande, tenía que dar “a su Hijo unigénito” (v. 16).

El hombre estaba perdido, esclavo del pecado y camino a la condenación. Por su pecado tenía que pagar la “muerte” eterna (Ro. 6:23), mientras que en vida ya vivía “destituido de la gloria de Dios” (Ro. 3:23), condición que quedaría así por la eternidad, a menos que Dios interviniera en favor del hombre.

Pero el amor de Dios no es el resultado de algún acto que el hombre había iniciado, al contrario, el mismo hombre lo rechazaba. En su amor, Dios, Quien es “rico en misericordia” (Ef. 2:4), decidió manifestarnos su amor mucho antes de que nosotros lo amaramos. Él tomo la iniciativa al mostrarnos su amor “primero” (1 Jn 4:19), y en ese amor “envió a su Hijo en (sacrificio expiatorio) por nuestros pecados”. (1 Jn 4:10)

Lo triste de todo esto es que muchos aman “más las tinieblas que la luz, porque sus obras (son) malas” (v. 19), prefieren aborrecer a Dios y vivir en las tinieblas del pecado antes que conocer el amor del Señor y el perdón de sus pecados por medio de la fe en Cristo (v. 20).

Dios nos brinda a todos una oportunidad que la otorga motivado por su inmenso amor, Él ya ha dado a su Hijo como sacrificio “para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Dios quiere perdonarnos de todos nuestros pecados, desea librarnos de la condenación y darnos la oportunidad de pasar toda una vida en la eternidad junto a Él. Lo único que tiene uno que hacer es acercarse a Él, “la luz”, y pedir perdón por nuestros pecados, reconocer que amábamos más al pecado que a Él, pero que ahora estamos arrepentidos y le pedimos que nos salve depositando nuestra esperanza en Jesús, Quien fue dado por el Padre para nuestra salvación.

Cristo vino por amor, amor incomparable de Dios hacia el “mundo”, acepte ese amor poniendo su fe en Jesús como su Salvador.

Publicado por Ministerio UMCD - Lengua de Señas

Reflexiones Cristianas. Salmos 1:2 "Sino que en la ley de Jehová está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche."

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