2 Reyes 19:1-4
“Cuando el rey Ezequías lo oyó, rasgó sus vestidos y se cubrió de cilicio, y entró en la casa de Jehová. Y envió a Eliaquim mayordomo, a Sebna escriba y a los ancianos de los sacerdotes, cubiertos de cilicio, al profeta Isaías hijo de Amoz, para que le dijesen: Así ha dicho Ezequías: Este día es día de angustia, de reprensión y de blasfemia; porque los hijos están a punto de nacer, y la que da a luz no tiene fuerzas. Quizá oirá Jehová tu Dios todas las palabras del Rabsaces, a quien el rey de los asirios su señor ha enviado para blasfemar al Dios viviente, y para vituperar con palabras, las cuales Jehová tu Dios ha oído; por tanto, eleva oración por el remanente que aún queda.”
Este momento de la historia del pueblo Israelita sucedió durante el reinado de Ezequías, en Judá, luego de la purificación y consagración que él y el pueblo habían hecho para volver a los caminos de adoración a Dios. Como resultado de esto gozaron la bendición de vencer a los Filisteos y liberarse del yugo Asirio.
Después de esto, Senaquerib el rey de Asiria emprendió contra Judá una campaña de terror para que el pueblo se rindiera voluntariamente ante él y así ejercer nuevamente dominio sobre ellos.
Esta fue la respuesta que el Rey Ezequías exclamó cuando escuchó acerca de las amenazas y atrocidades que los generales del ejército Asirio promulgaron contra ellos.
Ese tiempo también coincidió con el ministerio del profeta Isaías, quien fue consultado por el Rey para que clamara a favor del pueblo, ya que reconocía su debilidad y la necesidad de una intervención divina a su favor.
Conforme a la intención de Senaquerib, los generales de su ejército comunicaron una serie de amenazas y argumentos contra Judá, que buscaban generar duda del poder de Dios para salvarlos, hacerlos sentir impotentes y miserables por su incapacidad militar, engañarlos, humillarlos y hacerles creer que Dios había sido quien los había enviado para destruirlos.
Sin embargo, Ezequías se mantuvo fiel en su confianza a Dios y respondió de una forma ejemplar ante esta amenaza, él envió inmediatamente a un grupo de sus hombres a pedir a Isaías que intercediera delante de Dios por el pueblo.
Para ello usó un argumento que es muy importante para nosotros en la actualidad, él decía que esas ofensas, blasfemias y vituperios no habían sido contra el pueblo sino contra Dios mismo.
Y es que Israel como pueblo escogido por Dios para ejercer un sacerdocio santo ante todas las naciones, era el pueblo que llevaba el nombre de Dios, y por tanto, todo lo que pasara con ellos tendría una implicación para su honor y honra.
El Señor, respondiendo a esta oración, le dice a Ezequías que no tema, que el ejército Asirio no invadiría Jerusalén porque Dios produciría un rumor que haría que Senaquerib replegara su ejército, y que más tarde sería asesinado a espada.
Esta historia se parece a nuestra realidad porque todos enfrentamos diariamente amenazas de todo tipo a nuestra vida, la enfermedad, la economía, la injusticia, los enemigos, etc…; pero debemos entender que como pueblo de Dios, su nombre esta puesto en nosotros, y por ende, no estamos solos enfrentando el mundo, sino que Dios está tan involucrado con nosotros, que no permitirá que su nombre sea deshonrado.
Al enfrentar las amenazas la primera pregunta que debemos hacernos es sí nuestra vida honra a Dios, porque de ello es posible que surjan dos posibilidades.
- Que nuestra vida no honre a Dios y entonces Él permita las amenazas en nuestra contra como parte de su disciplina para llamarnos al arrepentimiento y volver a sus caminos.
- Que, viviendo de forma agradable a Dios, Él permita las amenazas, pero decida obrar a nuestro favor y levantar un testimonio de su poder para su gloria.
La esperanza es que, si vivimos como la primera opción, también podemos seguir el ejemplo de Ezequías, derribando todo ídolo que haya en nuestro corazón, purificando nuestra vida y apartándonos para adorar únicamente a Dios; y así obtener su misericordia y gracia para enfrentar las adversidades.
Pero si nuestra vida se parece más a la segunda opción, no debemos temer, confiemos en Dios, llevemos nuestras cargas a su presencia, y confiemos en que Él va a obrar a nuestro favor por amor a Él mismo.
